Queridas amigas y amigos

12 09 2013

Espero que todo os vaya bien.

Imagino que habréis visto –y comentado- la multitudinaria cadena humana por la independencia que recorrió 480 km de Cataluña. Y aún tendréis presente la manifestación del año pasado.

Inevitablemente, aquí se habla de todo esto. En general, con emoción y expectación, aunque también hay dudas y matices y, en algunos casos, fuertes discrepancias.

Algunas veces también he hablado del ‘tema’ con vosotros, con algunos más que con otros (y, por cierto: en general, además de comprensión, he notado interés real por entender. Gracias!). Sea por amistad o, almenos, por la complicidad tejida a partir de compartir espacios y proyectos, está claro que todo esto nos afecta. Por ello, y dada la velocidad toman las cosas, me ha parecido necesario ‘hablar’ con vosotros. Lo que sigue, no es un artículo, ni una tesis doctoral, es una carta, a modo de conversación cariñosa y sincera, con todas vosotras y vosotros.

¿Qué es lo que pasa?

No sé si habéis paseado el último año por Barcelona. Si lo habéis hecho, habréis comprobado que hay muchas banderas catalanas e independentistas en balcones y ventanas. Cada año, por la Diada, la gente las pone. Pero, la novedad, es que desde la Diada del año pasado… ya no se han quitado. Y llevamos un año así. No he visto nunca en una ciudad algo semejante. Y no pasa solo en Barcelona: es así en todos los pueblos y municipios de Cataluña. Solo con este dato, ya se puede entender que la sociedad catalana está en estado de agitación.

¿Porqué ha pasado?

Podríamos mirar hacia atrás: la transición, a veces tan alabada, pasó de puntillas sobre demasiadas cuestiones. Entre otras, el estado autonómico se creó para descentralizar el poder pero también con la intención de desactivar –no resolver- las reivindicaciones nacionalistas. Y, ya se sabe, los asuntos que quieren taparse, al final, terminan por reaparecer. Y con más fuerza.

Pero el último decenio ha sido determinante: Cataluña (claro, no toda la gente pero sí la mayoría representada en el Parlament) quiso resituar su papel y relación con el Estado, en parte por una cierta sensación de final de etapa que se había instalado en buena parte de la sociedad catalana. Las diversas tradiciones y sensibilidades del catalanismo –que abraza a todas las fuerzas políticas menos el PP y Ciutadans- encontraron un punto común: proponer un encaje federal, partiendo de la asunción del carácter nacional de Cataluña. Eso, más varios desaguisados en términos de protagonismos y tacticismos, fue el Estatuto de 2005.

La reacción mayoritaria por parte del Estado fue dura: obviamente, por la práctica totalidad de la derecha española y los medios afines, pero también por buena parte de la izquierda política, social y mediática. Lo recordaréis: hubo mucha bronca. El Congreso rebajó el Estatuto. El pueblo catalán lo aprobó. Y, aún así, el Tribunal Constitucional censuró algunas partes más.

Más allá de determinar aciertos y errores en ese complejo proceso, las percepciones mutuas cambiaron: la mayoría de la sociedad española parecía harta de las peticiones recurrentes de Cataluña y, por el otro lado, buena parte de la sociedad catalana se quedó con la sensación que el sistema político, jurídico y mediático español no podía admitir una Cataluña tal y como la mayoría de sus ciudadanos querían ver representada. Y, ahí se abrió el boquete: sino nos quieren como somos, o queremos ser, ¿por qué tenemos que quedarnos?

Es cierto que el independentismo, desde sus orígenes minoritarios y vinculados a la izquierda extraparlamentaria, llevaba años consolidándose, pero ahí empezó a crecer de verdad, rompiendo barreras y siendo compartido por gentes de procedencias, ideologías y sentimientos muy diferentes. Aunque ya había signos precedentes (consultas ciudadanas, manifestación derecho a decidir, etc.) la Diada de 2012 fue un punto y aparte. Sin posibilidad de disimulo, reflejó que la mayoría del catalanismo social y político cambiaba su eje: del autonomismo al soberanismo, pasando por el derecho a la autodeterminación.

Algunos análisis insisten en que todo esto ha sido ‘creado’ por líderes políticos a través del control de los medios de comunicación. Me parece una interpretación muy forzada. Más aún si se habla con datos en la mano: las cadenas estatales de televisión (privadas y públicas), todas juntas, suman mucha más audiencia que las cadenas catalanas (básicamente, una y pública); los periódicos de mayor tirada nunca han sido independentistas; las élites económicas y financieras estaban, y están, muy lejos del soberanismo… Y, así, podríamos seguir.

Mas y CiU se vieron arrollados por la manifestación de 2012: intentaron otros lemas y hubieran preferido otros resultados, pero no pudieron obviar los que fueron.

Y es que, en parte, es la ciudadanía la que marca el paso. Y algunas élites están incómodas: acostumbradas a condicionar la agenda política, ahora ven que las movilizaciones populares influyen más que ellas. Cierto, la democracia no siempre asegura cosas buenas: la gente puede equivocarse. Pero, las élites –¿alguién puede dudarlo a estas alturas?- ¡también se equivocan!

Solo por eso, lo que se está viviendo en Cataluña es muy interesante. Incluso para la gente que no comparte el objetivo soberanista resulta apasionante ver algo que se impulsa desde abajo, en clave de “proceso constituyente”: queremos esto, vamos a intentarlo y a ver que sale. ¿Riesgos? Inmensos. ¿Dificultades? Todas. Pero se está haciendo camino porque la gente quiere andarlo.

¿Tiene vuelta atrás?

¿Sería posible una solución que, más allá del estado autonómico y sin llegar a la soberanía, ofreciera un encaje más realista del Estado y de su plurinacionalidad? Sí, sobre el papel.

Pero… no parece que vaya a concretarse. Creo que poca gente lo espera ya en Cataluña. Aunque, lo más relevante, es que parece que ningún sector con poder real en el Estado esté dispuesto a ofrecerlo. Diría que esta sensación es uno de los factores que más ha influido en la extensión social del independentismo: antes, la gente veía –aunque lo deseara- poco probable un Estado catalán y apostaba por un Estado español plurinacional. Ahora, lo segundo parece aún más inalcanzable que lo primero, con lo que la independencia parece menos utópica.

Y, sobretodo, algo que se olvida a menudo: el cambio generacional. Se entró en democracia con el recuerdo vivo del franquismo. Alguna gente aplazaba ideales políticos sencillamente por miedo. La sociedad catalana de hoy puede temer muchas cosas, pero no al franquismo. Y se expresa como quiere y siente.

¿Y, qué va a pasar?

Según dicen las encuestas, según se puede interpretar de los resultados electorales y según se puede percibir en la calle, una mayoría -justa pero mayoría- de ciudadanas y ciudadanos catalanes optarían, ahora mismo, por la independencia. Algunos, solo con la idea de tener un estado ‘propio’, un estado catalán. Otros sectores, más críticos, con la voluntad de cambiar todo lo que se pueda, de hacer algo mejor, más atrevido y atractivo que los Estados típicos. Vaya, querrían un estado catalán, sí, pero un estado diferente.

Cuándo mucha gente quiere irse, puedes intentar seducirla, pero no puedes ignorar su opinión. Pretender que no hay un problema de encaje entre Cataluña y España es, hoy por hoy, absurdo. Y negar que, en el Siglo XXI, la opinión de la gente deba ser tenida en cuenta es insostenible.

Aún observo como demasiados políticos y analistas –me refiero a los serios y demócratas, los otros… en fin- que vienen a decir: ‘es respetable lo que se pide en Cataluña pero ¡la Constitución no lo permite!’ Como si eso fuera algo inmutable, un designio de los Dioses ante el que no cabe acción humana posible… No es serio pretender que un texto que no tiene ni 40 años –y fruto de un contexto determinado- pase a ser base y punto final de la discusión sobre el modelo de convivencia de gentes y pueblos que hace muchos más años que existen.

Sé e intuyo que muchos de vosotros compartís que no se puede negar a los ciudadanos y ciudadanas de Cataluña el derecho a decidir su futuro político. Pero seguramente a algunas y algunos os inquietan varias cosas del proceso y, por otro lado, os produce tristeza un escenario de posible separación.

Sobre lo primero: sin duda. Hay aspectos que pueden inquietar del proceso. A mí, y a muchas personas. Pero, la verdad, esto pasa en cualquier proyecto: aún compartiendo una idea ves propuestas, concreciones y actitudes que no te gustan.

Si hasta en manifestaciones de 250 personas por un tema muy preciso uno puede ver pancartas que le incomodan… ¡imaginaros en un proceso que moviliza a centenares de miles de personas!

Pero, cuidado: los problemas que puedan entreverse en este proceso soberanista no pasan solo aquí. Pasan en muchos sitios. A algunos nos gustaría que todo fuera impecable, y vamos a luchar para que así sea, pero no sería justo menospreciar el proceso soberanista catalán por tics y dinámicas que están más que asentadas en todos los Estados del mundo, también el español por cierto.

Por lo demás, de la misma manera que se observan cosas que desafinan, también uno puede ver como desde dentro del soberanismo hay ‘mecanismos de autocontrol’: visiones que matizan, alertas sobre derivas chungas, descalificación de sandeces y crítica contundente a la xenofobia.

Sobre la tristeza por la separación.

Solo os puedo decir una verdad que seguro compartís al 100%: los lazos están para disfrutarlos, con o sin fronteras. Si yo y vosotros hemos desarrollado empatía, complicidad y querencia por personas y pueblos de lugares bien lejanos con los que ni remotamente compartimos Estado o continente, ¿porqué no podemos, porque no deberíamos poder mantener y ampliar los lazos con aquellas personas que ya hace años que los llevamos manteniendo? Una hipotética independencia de Cataluña no tendría que suponer distanciamiento emocional o ruptura de lazos con las personas del resto del Estado. No más, en cualquier caso, que la situación actual.

Vaya, por mi parte, viendo con un entusiasmo crítico lo que está pasando en Cataluña, algo tengo más que claro: el cariño, el disfrute, los lazos, las relaciones tejidas, los proyectos e ilusiones compartidas con todas vosotras y vosotros, forman un patrimonio demasiado querido y apreciado como para que un eventual cambio político, inminente o futuro, los pueda afectar.

Seguimos hablando. Algo que, además de interesante y divertido, ahora es más sano y necesario que nunca.

Un fuerte abrazo,





¿Guerra en Siria? Breve guía para el debate

7 09 2013

La posibilidad de que haya un ataque militar sobre Siria la próxima semana va creciendo. En los primeros debates sobre el tema, en la calle y en los medios, además de aportaciones muy interesantes, también se pudieron ver análisis sesgados y con demasiados tópicos, prejuicios y simplificaciones. Con humildad, pero desde una voluntad honesta de contribuir a desgranar lo que pasa, escribí este texto en catalán el 28 de agosto. La ‘guía’ circuló mucho y varias personas me solicitaron una versión en castellano y, de hecho, algunas realizaron traducciones por su cuenta (muchas gracias!). Ahora, partiendo de la traducción realizada por la activista colombiana por la paz y los derechos humanos residente en Barcelona, María del Rosario Vasquez, he reescrito esta Guía en castellano, con algunas pequeñas modificaciones y actualizaciones.

“Quizá la próxima semana empieza la guerra en Siria”

No. Sería probablemente mucho más sencillo para todos. Pero, desgraciadamente, la guerra hace mucho tiempo que empezó. Más de dos años. Con unos resultados devastadores: más de 100.000 muertes, más de 2.000.000 refugiados y más de 4.000.000 de desplazados internos en un país de unos 20.000.000 de habitantes. No podemos decir ‘Vaya, otra guerra!‘. Sino nos hemos enterado, o no hemos querido verla, es un problema nuestro, pero encima, no carguemos nuestra ignorancia, incompetencia o falta de sensibilidad sobre una población, la siria, que ha sufrido y sufre mucho.

“Así lo que empieza es una guerra en clave internacional”

Sí. Pero no.

Sí porque supondría la participación directa de ejércitos de otros estados. No, sin embargo, porque de hecho de implicación regional e internacional en la guerra ya había. Irán y Hezbolá (implicando, aunque sea en parte, al Líbano) han estado ayudando al régimen con logística, entrenamiento y combatientes. Rusia y China le han facilitado armas y apoyo diplomático. Por el otro lado, Turquía ha acogido la base de operaciones de algunas fuerzas opositoras armadas y Arabia Saudita y Catar han entregado armas a sus grupos de confianza respectivos. También varios países occidentales han aprobado, y algunos ejecutado, envíos de armas, además de brindar entrenamiento a algunas de las fuerzas sirias rebeldes. Además de algunas amenazas, Israel atacó puntualmente Siria esta primavera.

De ingerencia, por tanto, hace tiempo que hay. Ahora, tomará un camino más explícito y visible.

“¿Quién tiene razón? ¿Quiénes son los buenos y quiénes los malos?”

En los cuentos hay ‘buenos’ y ‘malos’. En la vida real, no. Ahora bien, que no haya malos malignos y buenos celestiales, no quiere decir que no se puedan determinar responsabilidades. Que es lo que, al fin y al cabo, es relevante desde un punto de vista del análisis político.

El régimen actual de Bashar al-Asad es la continuación de un régimen iniciado por su padre a través de un golpe de estado en 1970. Sí, la historia de Siria -y de otros muchos países- está llena de ingerencias militares en la vida política. Obviamente, en más de 40 años de régimen de la familia al-Asad, se han hecho muchas cosas. Algunas interesantes, otras vulgares y otras despreciables. Entre estas últimas, y similarmente a muchos regímenes dictatoriales, está la violencia desatada contra la disidencia o, sencillamente, discrepancia, de personas, grupos, confesiones y partidos. De matanzas, torturas, asesinados, etc. el régimen de los al-Asad tiene un largo y tétrico historial. En los dos últimos años y, con objeto de parar la indignación ciudadana en la calle, la represión ha sido especialmente intensa y brutal.

Durante 2011, en el marco de la ‘primavera árabe’, una parte de la sociedad siria salió a la calle para reclamar un cambio. Las fuerzas opositoras se manifestaron de forma civil y pacífica. Pero ante la fortaleza del régimen y la sensación de que la comunidad internacional no reaccionaba, fue calando la convicción de que les hacía falta una vía armada -una conclusión, a mi modo de ver errónea, pero a la que llegan muchos grupos de oposición en casos similares (¿cuánta violencia acaba provocando la inacción y la desatención de los problemas?). En la medida que el brazo armado de la revuelta tomó protagonismo, la reacción del régimen fue aún más brutal. Y, en medio del marasmo de actores, los vacíos de poder y la lógica de la violencia, también se introdujeron grupos vinculados a Al Qaeda, sin interés específico en la situación siria, pero con ganas de aprovechar el caos para hacer avanzar sus posiciones. En fin, ahora ‘disponemos’ de una inmensa variedad de actores armados en el escenario sirio. Y, cuanto más tiempo pasa, más brutalidad ejercen unos y otros.

Pero, por ser el Gobierno, por la represión histórica y actual, por negarse al diálogo, etc. es más que evidente e innegable la responsabilidad principal del régimen en la situación actual.

“¿Qué tiene que ver el islamismo en todo esto?”

Hace poco celebrábamos 50 años del mítico discurso de Martin Luther King, un activista por los derechos civiles y, además, clérigo de la Iglesia Bautista. Pues bien, entre los grupos más extremistas y racistas contra la población negra, había gente creyente y también clérigos en activo. Sí, ser cristiano tendría que significar mucho. Pero, en la práctica, tanto en el antiracismo más ilustrado como en el racismo más primitivo ha habido quien ha justificado lo que hacían con la fe cristiana.

No sé porque cuando hablamos de los ‘musulmanes’ no lo tenemos presente: ¡también hay una increíble diversidad dentro del islam!

Hay quién, de forma simplista, ha dicho: si cae al-Asad ganarán los integristas. Bien, efectivamente, Arabia Saudita -uno de los países más integristas- está apoyando a los grupos opositores de matriz salafista. Además, están los grupos vinculados a Al Qaeda. Pero Irán, otro peso pesado del integrismo, en este caso chiita, apoya al régimen. Vaya, de integrismo, aunque sea de ramas diferentes dentro del islam, encontramos en los dos bandos. Y si entramos en los juegos de los diversos países del mundo árabe y musulmán y de los movimientos organizados dentro del islam político sobre el tema sirio, vemos que -como tantas otras veces en tantos otros sitios- además de filiaciones y lógicas coherentes, también pesa una lógica de poder.

“¡Ya tenemos una nueva guerra imperialista!”

El imperialismo, la actuación por la cual unos Estados quieren controlar el devenir de otros para su propio provecho (político, económico, geoestratégico, etc.), existe y ha sido ampliamente practicado, entre otros, por algunos de los gobiernos que podrían iniciar el ataque sobre Siria (y por cierto, también por algunos de los que apoyan el régimen).

Ahora bien, llevamos más de 2 años así. En fin, una voluntad ‘imperialista’ se hubiera esforzado a hacer algo un poco antes… En todo caso, toda persona leída sabe que Obama tenía escaso interés en entrar en este conflicto. Si lo acaba haciendo es más porque se ve forzado a hacer algo que no porque tenga un interés real. No entiendo que casi nadie destaque que, cuando Obama dijo aquello de las armas químicas como línea roja, más que una amenaza al régimen le estaba dando carta blanca: ‘haz lo que quieras mientras no te pases‘. Y, ahora, es prisionero de sus palabras. De hecho, durante estos dos años Obama siempre se manifestó muy escéptico y distante cuándo otros estados reclamaban una acción militar o pedían armar a la oposición.

¿Que cada país tiene su criterio y preferencias sobre cómo querría que fuera el gobierno de Siria? Sí. Dependiendo de quien haya, algunas cosas serán de una manera u otra, está claro. Y, obviamente, Estados Unidos tiene sus intereses en la zona, sus aliados preferenciales y sus querencias sobre quién prefiere en el poder en cada país. Pero, cuidado de repetir clichés sin analizar la realidad concreta: son muchos los analistas en Estados Unidos que sufren por lo que puede venir después de echar al-Asad. La experiencia egipcia y libia, sin ir más lejos, da mucho miedo a los gestores del establishment. En cuanto a la intervención militar, Estados Unidos ha recibido más presión exterior (de Arabia Saudí, Catar, Turquía o Israel) que no interior o de países occidentales.

En cualquier caso, y si alguien se quiere poner a señalar influencias externas, que no se deje a nadie. Rusia tiene mucha responsabilidad en la situación actual. En todos los foros internacionales siempre ha evitado la crítica a Siria y, así, le ha salvado de muchas condenas. Al-Asad ha actuado cómo ha actuado sabiendo que disponía del paraguas ruso, no un país insignificante ni pequeño, sino una potencia con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. ¿Cómo hubieran ido las cosas si Siria hubiera tenido claro que no tenía ningún apoyo significativo?

“¿Servirá la intervención militar? ¿Será útil?”

Una guerra siempre es un fracaso. Y un desastre. Poner más gasolina al fuego es añadir más posibilidades de desastre. Más posibilidades de implicar a más actores. De extender la mecha. Cosa que, en el caso de Siria, y en su contexto, no es nada despreciable. De intervenciones quirúrgicas que lo solucionan todo rápidamente y que no provocan daños colaterales, sólo sabemos por las películas. En la realidad, suelen añadir más muertos y dolor, incluso entre los que ‘pretendes’ proteger.

Diseñar un ataque, iniciar una acción militar y ejecutar unos bombardeos para defender una población que está sufriendo bombardeos y ataques, no acaba de parecer ni demasiado sólido ni demasiado coherente. No, las guerras nunca son humanitarias.

Después, claro, está el tema de la credibilidad. Para muchos, parece un tema moral menor. Pero en momentos críticos como estos, es cuando se ve su importancia: algunos de los principales exportadores de armas, algunos de los estados que más acciones armadas innecesarias han cometido, que más dictadores han ayudado a mantener o, directamente, a instaurar (cargándose gobiernos democráticos), ¿pueden pedir que el mundo les crea cuándo quieren hacer una ‘guerra humanitaria’? En política, y en la vida, tener un poco de credibilidad y coherencia es necesario para obtener un aval.

En cualquier caso, quién desee una intervención militar para poner fin al horror en Siria debería no llevarse a engaño: Obama y Hollande han dicho por activa y por pasiva que quieren dar un toque de atención al régimen (por el uso de armas químicas) no deponerlo.

“¿Había, hay, una salida diplomática?”

Evidentemente. Siempre la hay. De conferencias internacionales, espacios de negociación, exploraciones para buscar soluciones al conflicto, etc. ha habido poca cosa y ejecutada con poca convicción. Comparado con el esfuerzo que se ha hecho, a ambos lados, para facilitar y engordar el conflicto con más armas, es bien poco. Algunos países importantes no han tenido mucha voluntad de resolverlo, pero esto no hace buena ni inevitable la intervención militar: esto hace evidente la carencia absoluta de responsabilidad de buena parte de los Estados.

Efectivamente. Cuanto más se tarda en actuar, más difícil se hace todo y más desesperación hay. Es lo que nos pasa ahora con Siria. Lo que ha pasado hace poco con Malí. Lo que pasó con Libia. Y con Irak. Y en Afganistán. Y en los Balcanes, etc. Sinceramente, no es serio hacerlo sistemáticamente todo mal y, después, decir que lo único que podemos hacer es bombardear.

Todos los países implicados en el conflicto deberían comprometerse activamente a:

a) Dejar de alimentar la guerra (dejando de entrenar, armar y facilitar)

b) Dejar de fomentar la entrada de actores armados externos que dificultan la negociación interna

c) Forzar al régimen a asumir la salida de al-Asad, aceptar un gobierno de transición y la convocatoria de elecciones

d) Presionar a los varios grupos opositores a asumir un pacto como éste que quizás no sería todo lo que desean pero sería lo más viable

“Pero, en el fondo, ¿podemos evitar las guerras?”

Las guerras pueden evitarse si se toman las decisiones y se crean las estructuras adecuadas. Dicho de otro modo: no sabemos si la humanidad es capaz de ahorrarse las guerras, pero es muy evidente que con las políticas que se hacen facilitamos enormemente su existencia.

Si queremos la paz, ¿tiene lógica que el gasto militar mundial sea de 1,75 billones de dólares? ¿Hace falta recordar que, hasta hace 4 meses, no se había aprobado el primer tratado que regula mundialmente el comercio de las armas y que todavía tiene que entrar en vigor? ¿Somos conscientes de que el desarrollo de los sistemas de protección de los derechos humanos y de garantías jurídicas internacionales es aún muy incipiente? ¿Acaso ignoramos que la injusticia y la desigualdad económicas son realidades que definen nuestro mundo? ¿Sabemos que dejamos pudrir buena parte de los conflictos hasta que nos estallan en la cara? ¿Hemos olvidado que, hasta hace cuatro días, muchos gobiernos democráticos apoyaban explícitamente a dictaduras tiránicas? ¿Tenemos presente que muchos Estados, centros de análisis, ámbitos de docencia, gabinetes y asesores destierran los valores en la política exterior y alaban el ‘realismo’ (que quiere decir, ‘justificamos las barbaridades que haga falta para defender nuestros intereses’)?

En fin, tenemos un mundo hecho un desastre. Pero si hay voluntad ciudadana y política para que sea diferente, las cosas pueden ser diferentes. Eso sí: hace falta voluntad política. Y hace falta reacción ciudadana, imprescindible, para que acabe habiendo voluntad política de situar la paz, los derechos humanos y la justicia en el centro de la acción política y no como elemento ornamental decorativo.





De la indignación a la acción

5 09 2013

(artículo publicado en El Periódico el 4 de septiembre de 2013)

¿Para quién escribo este artículo? Básicamente para la gente que, desde la indignación por la situación que padece el pueblo sirio, querría que se hiciera alguna cosa honesta y no interesada.

Digámoslo: es una barbarie. Bashar el Asad reaccionó a las protestas pacíficas de hace dos años y medio con la represión habitual del régimen que, con el tiempo, fue aumentando en brutalidad. La oposición abrió una vía armada que acabó ganando demasiado protagonismo. Y, con el caos, apareció el yihadismo. Resultado: 100.000 muertos, 2 millones de refugiados, 4 millones de desplazados.

Demasiada indecencia. La del régimen; la de los grupos armados que infringen más dolor a la población; la de los países que, en lugar de buscar salidas, se han dedicado a armar a los suyos; la de la comunidad internacional, pasiva todo este tiempo, dejando pudrir la situación.

El indecente cinismo exhibido por los estados: para salir de los casos habituales y clamorosos de Rusia y EEUU, miremos la reciente reunión de la Liga Árabe. Arabia Saudí -una dictadura con un largo historial de vulneraciones de los derechos humanos- reclamó una acción militar «para parar los crímenes del régimen». El representante del Gobierno egipcio -fruto de un golpe de Estado y que acaba de cometer una matanza- se opuso a un ataque militar que no contase con el aval de las Naciones Unidas, «porque conviene respetar la ley internacional».

Que el alcance de la barbarie y los niveles de indignidad no nos detengan. Una intervención militar no es una herramienta adecuada para promover los derechos humanos y la democracia. Pero, de hecho, ha quedado claro que si hubiera un ataque sería para dar un toque de atención al régimen, no para deponerlo. Así, pacifistas y partidarios de la injerencia militar «humanitaria» podrían compartir un objetivo: encontrar soluciones al conflicto que, con ataque o sin, habrá que abordar.

Como acaba de decir el prestigioso International Crisis Group, la prioridad debe ser «revitalizar la búsqueda de una solución política». Conviene lograr que potencias y gobiernos de la región asuman su responsabilidad e impulsen y reabran los procesos negociadores. Unas negociaciones en las que la sociedad civil que ha sufrido el conflicto (comunidades, refugiados, mujeres, etcétera) debería tener voz y participación.

Y entrando en el problema de fondo, desde Bosnia, para no ir más lejos, sabemos que si las cosas no se hacen bien pueden acabar muy mal. Y continuamos sin hacerlo bien. Si realmente las democracias quieren poner fin a los regímenes autoritarios, antes que bombardearlos tienen una fácil solución a su alcance: dejar de dar apoyo y no hacer la vista gorda a las atrocidades que hacen cuando la dictadura es «amiga». Es una demanda ética, pero también práctica: si quieres combatir una dictadura mientras alimentas otra que te conviene, tu queja pierde toda credibilidad. Conviene, también, reforzar los instrumentos de garantía de los derechos humanos; ampliar los mecanismos de prevención y resolución de conflictos; impulsar cambios al sistema de gobernabilidad mundial para que sea más democrática y justa y, claro, poner controles al comercio de armas.





De la indignació a l’acció

5 09 2013

(article publicat a El Periódico el 4 de setembre de 2013)

¿Per a qui escric aquest article? Bàsicament per a la gent que, des de la indignació per la situació que pateix el poble sirià, voldria que s’hi fes alguna cosa honesta i no interessada.

Diguem-ho: és una barbàrie. Baixar al-Assad va reaccionar a les protestes pacífiques de fa dos anys i mig amb la repressió habitual del règim que, amb el temps, va anar augmentant de brutalitat. L’oposició va obrir una via armada que va acabar guanyant massa protagonisme. I, amb el caos, va aparèixer el gihadisme. Resultat: 100.000 morts, 2.000.000 de refugiats i 4.000.000 de desplaçats.

Massa indecència. La del règim; la dels grups armats que infringeixen més dolor a la població; la dels països que, enlloc de cercar sortides, s’han dedicat a armar els seus; la de la comunitat internacional, passiva tot aquest temps, deixant podrir la situació. L’indecent cinisme exhibit pels estats: per sortir dels casos habituals i clamorosos de Rússia i els Estats Units, mirem la reunió celebrada recentment de la Lliga Àrab. L’Aràbia Saudita -una dictadura amb un llarg historial de vulneracions dels drets humans- va reclamar una acció militar «per aturar els crims del règim». El representant del Govern egipci -sorgit d’un cop d’Estat que acaba de fer una matança- es va oposar a un atac militar que no comptés amb l’aval de les Nacions Unides, «perquè convé respectar la llei internacional».

Que l’abast de la barbàrie i els nivells d’indignitat no ens aturin. Una intervenció militar no és una eina adequada per promoure els drets humans i la democràcia. Però, de fet, ha quedat clar que si hi hagués atac seria per donar un toc d’atenció al règim, no pas per enderrocar-lo. Així, pacifistes i partidaris de la ingerència militar «humanitària» podrien compartir un objectiu: trobar solucions al conflicte que, amb atac o sense, caldrà abordar.

Com acaba de dir el prestigiós International Crisis Group la prioritat ha de ser «revitalitzar la recerca d’una solució política». Cal aconseguir que potències i governs de la regió assumeixin la seva responsabilitat i impulsin i reobrin els processos negociadors. Unes negociacions on la societat civil que ha patit el conflicte (comunitats, refugiats, dones, etcètera) hauria de tenir-hi veu i participació.

I anant al problema de fons. Des de Bòsnia, per no anar més lluny, sabem que si les coses no es fan bé poden acabar molt malament. I continuem sense fer-ho bé. Si realment les democràcies volen posar fi als règims autoritaris, abans que bombardejar-los tenen una fàcil solució al seu abast: deixar de donar-los suport i no fer els ulls grossos davant de les atrocitats que cometen quan la dictadura és «amiga». És una demanda ètica, però també pràctica: si vols combatre una dictadura mentre n’alimentes una altra que et convé, la teva queixa perd tota la credibilitat. Cal, també, enfortir els instruments de garantia dels drets humans; ampliar els mecanismes de prevenció i de resolució de conflictes; impulsar canvis en el sistema de governabilitat mundial perquè aquesta sigui més democràtica i justa i, és clar, posar controls al comerç d’armes.