(Mail enviado a El País)
Sras y Sres de El País,
Les comunico que no renovaré mi condición de suscriptor para el año 2018.
Seguiré leyendo noticias de periodistas, artículos de colaboradores y crónicas de corresponsables de El País que valoro. Seguiré atendiendo y colaborando con el periódico cuándo me lo pidan, como hago con el resto de la prensa. Pero dejo de ser suscriptor. ¿Es un matiz irrelevante? Quizá. Pero no lo creo.
Parafraseando, podría decir eso de ‘ya no me acuerdo de las razones que me llevaron a leer El País…’ pero es mentira, me acuerdo perfectamente.
Leer prensa es una de mis pasiones. Siendo muy joven, ya leía y disfrutaba la que había en casa. A mediados de los 80, empecé a leer El País: no lo tenía en casa, así que fue una decisión personal. Y lo hice porque encontré buena información internacional, política, social y cultural.
Recuerdo leer algunas crónicas en el periódico dónde hasta en el último párrafo podía encontrar algún dato esclarecedor, alguna pista estimulante, algún elemento de contexto sugerente. Algo que valoraba de El País es que se podían encontrar buenos reportajes sobre temas que no encajaban con su sensibilidad ideológica. Había un esfuerzo por entender, explicar y dar las claves sobre lo que pasaba, más allá de si esos hechos gustaban o no.
Al cabo de los años, me hice suscriptor. Me pareció razonable: lo compraba a diario, a diferencia de otros periódicos que leía con menor frecuencia. Durante muchos años fue, no el único, pero si el periódico al que principalmente acudía.
Claro: puedo recordar muchas cosas criticables y censurables de El País. Pero eso no quita toda la colección de buenas piezas periodísticas que ofrecía y que yo recortaba y guardaba con celo.
En los últimos años, todo eso se ha ido perdiendo. Ha perdido periodistas, ha perdido calidad, ha perdido firmas de opinión y, en general, ese código periodístico que yo tanto apreciaba.
Lo más grave: El País ha dejado que sus filias y fobias ideológicas pasaran de los editoriales a las noticias y a la información. Ha habido portadas, titulares y algunos enfoques forzados hasta extremos ridículos, en los que se veía a la legua sus obsesiones dependiendo del momento (anti-Podemos, anti-Pedro Sánchez, anti-soberanismo, etc.). En los últimos tiempos he tenido cada vez más la sensación de estar leyendo un periódico militante, un periódico de un proyecto político. No he apreciado esfuerzo por entender, explicar y contextualizar cosas que no gustaban ideológicamente a El País sino, simplemente, condenarlas y ridiculizarlas.
Con el ‘procés’ El País ha perdido definitivamente su norte: muy poco periodismo y mucha militancia política. Más allá de reportajes muy tendenciosos y titulares que faltaban a la verdad, la gestión de la opinión resulta incomprensible. Hace 2 años, publicó un editorial ‘contestando’ un artículo de líderes independentistas porque consideraba que faltaban a la verdad. Era la primera vez que veía eso en El País y nunca más lo he vuelto a ver. En los últimos meses, colaboradores habituales como Joan B. Culla, Francesc Serés y Jordi Matas informaron de haber recibido censura y vetos en sus artículos de opinión y dejaron el periódico. También se rescindió la colaboración con John Carlin después de algunos artículos discrepantes con la línea editorial. Con todos estos datos, uno se queda muy extrañado ante artículos de opinión dónde, por poner solo tres ejemplos, se menciona a las escuelas catalanas como ‘madrasas’, se describe lo que pasa en Cataluña como de ‘limpieza étnica’ o se compara el independentismo con el nazismo. No ha tenido El País la necesidad de desmarcarse, vía editorial o veto, de estas absurdas e impresentables afirmaciones? ¿Y si los respeta atendiendo a la libertad de expresión, porque no la respetó en los otros casos?
Sin duda, la falta de independencia política editorial, la influencia de intereses económicos de grupos inversores y financieros y, por consiguiente, la pérdida de músculo periodístico (agravada, además, por la precarización que sufren los y las periodistas) es un problema de la prensa y los medios de comunicación en general. Pero, hoy por hoy, El País no parece una solución a esa situación sino parte del problema.
Todo esto nada tiene que ver con lo que yo aprecié, valoré y por lo que me acerqué a El País. Ideológicamente, sigo estando más o menos dónde estaba al empezar a leerlo y era consciente de mis diferencias y matices con la línea editorial del periódico. Así que, no dejo El País por su militancia ideológica, lo dejo por su falta de militancia periodística.
Supongo que, con poca confianza en ello, escribo esto para ver si El País reacciona. Al menos, estrictamente por prudencia, deberían valorar la opinión de alguien que ya no puede hacer aquello que durante casi 30 años fue uno de los elementos básicos de su dieta periodística diaria: coger El País en el Kiosco y devorarlo.