Cal fer molt, millor, des de tot arreu, cada dia. També demà

22 07 2023

És innegable.

Ja fa anys que la patim però cada cop avança més implacablement: una onada ultra i reaccionària recorre el món i Europa. I va arribant, també, aquí.

Arreu rebroten els discursos d’odi, l’autoritarisme, les consignes cridaneres però profundament demagògiques, la canya als febles i la comprensió amb els forts, la destrucció de drets i llibertats de tota mena, etc. Si els governs i organismes internacionals han gastat, sovint, un gran menyspreu per la vida humana, tot això que arriba encara ho radicalitza més.

I és que cada nou govern ultra, des d’un municipi petit a un gran estat, descarrega tones de negacionisme climàtic, d’estigmatització de persones migrants i refugiades, d’insensibilitat cap a la violència masclista, de menyspreu cap a identitats sexuals diverses, de ridiculització de la cultura, de protecció dels privilegiats i de persecució dels desamparats. I, com hem vist en el cas del País Valencià i les Illes, a més a més, d’atacs al català.

Sí, ho hem d’admetre: és profundament decebedor que després de tant i tant de temps, de tota l’experiència col·lectiva viscuda, tornem a tot això. Però és on som. I cal reaccionar.

Són molts els factors que s’han aportat per entendre el fenomen: el desgast dels sistemes democràtics tradicionals, la manca de resposta davant de problemes greus, les pors i angoixes derivades de tantes crisis i tantes mancances, la reacció davant d’avenços i guanys en drets i llibertats, la fortalesa de perspectives racistes, masclistes i discriminatòries que consideràvem superades, la simplificació i vulgarització del debat polític i social per les noves dinàmiques creades des dels mitjans de comunicació i les xarxes socials, etc. També, cal reconèixer-ho, perquè les persones i organitzacions compromeses haurem fet moltes coses malament.

Cal, per tant, revisar i reflexionar a fons. I fer molta feina. No es resol amb proclamar ’No passaran’ o cridar contra el feixisme. Cal fer molt. Cada dia. Des de molts llocs. I fer-ho el millor possible. Aquesta és la realitat, per més cansats i desbordats que això ens agafi.

L’onada ultra assetja unes democràcies fràgils, farcides d’injustícies i privilegis, sovint hipòcrites. Però, malgrat la cridòria, l’onada ultra no pretén fer més coherents aquestes democràcies sinó empetitir-les encara més.

Una onada que ja és present a diversos països i de guanyar també a l’Estat reforçaria el seu avenç a Europa. El procés europeu s’ha construït en consens entre el conservadorisme i la socialdemocràcia (la ‘realment existent’, sovint ben decebedora). Però l’alternativa que avança amb força és la d’un nou consens entre la dreta i l’extrema dreta. Si l’Europa que s’ha construït és precària, imaginem la que podria sorgir d’aquest nou context.

Cal fer molt, cal fer cada dia, en mil i un llocs. I un dia i llocs d’aquests és demà.

Votar aquest 23 J és aprofitar un dels espais i moments que tenim per tal de mirar d’aturar aquesta onada ultra: que no arribi totalment a casa nostra i que no s’escampi, encara més, per Europa, tot consolidant un nou cicle clarament inquietant.





Bombas de racimo y derecho internacional humanitario

13 07 2023

(Article publicat a La Vanguardia el 10/07/2023)

Hay noticias alarmantes. Y hay noticias más alarmantes aún porque no generan alarma. Es lo que ha pasado ante el anuncio de que Estados Unidos enviará, en el nuevo paquete de armas a Ucrania, bombas de racimo. Ni Europa ni la OTAN han criticado la decisión pese a que atenta contra el derecho internacional humanitario.

¿Qué son y qué significan las bombas de racimo? ¿Por qué es relevante hablar de ellas?

Cualquier arma, usada en un contexto de guerra, tiene graves impactos –muchos de ellos no previstos inicialmente– en términos de vidas humanas. Pero hay armas que, por sus características y tipología, provocan de forma especial impactos indiscriminados en la población civil. No es porque sí que, desde 1980, existe la Convención sobre Prohibiciones o Restricciones de Ciertas Armas Convencionales que puedan considerarse excesivamente nocivas o de efectos indiscriminados (CCW), un anexo de los históricos Convenios de Ginebra, que entre otras armas incluye las minas antipersona o las bombas de racimo.

Las bombas de racimo son bombas que contienen muchas pequeñas bombas. Cuando se lanzan, liberan decenas o centenares de cargas explosivas afectando de forma genérica, e indiscriminada, una gran superficie. Además, una parte significativa de estas municiones no explotan y, como pasaba con las minas, permanecen dormidas pudiendo explotar años más tarde, aunque el conflicto haya finalizado. Por ello, ya sabemos con certeza algo sobre esas bombas racimo que van a enviarse a Ucrania: provocarán muerte y daño cuando se usen y provocarán muerte y daño en el futuro. También sobre la población civil de Ucrania.

Por ello, las declaraciones exculpatorias, sin ir más lejos las del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en el sentido de que esas bombas van a ser usadas como defensa y no como ataque, muestran un grave desconocimiento de qué son las bombas de racimo y cuáles son sus consecuencias.

Conscientes de su legado de muerte y destrucción, precisamente este 2023 hará veinte años, se impulsó la Campaña por la abolición de las bombas racimo (la Cluster Munition Coalition). Y, fruto de ese trabajo de la sociedad civil internacional, y del impulso inicial de las Naciones Unidas, en el 2008 se adoptaba la Convención sobre Municiones en Racimo, que entró en vigor en el 2010 y actualmente cuenta con la firma de 123 estados.

Aunque hay potencias y países productores que se han negado a integrarse en ella, la Convención es ley internacional, referente del desarme en clave humanitaria, y ha conseguido una considerable disminución del uso de bombas de racimo y de su impacto en vidas humanas.

Desde los organismos internacionales y los países europeos, se ha criticado, con toda la razón, el ataque de Rusia sobre Ucrania y sus constantes vulneraciones de derechos humanos y del derecho internacional humanitario, entre ellas, precisamente, también por el uso de bombas de racimo. No resulta nada coherente haberlo criticado y, ahora, facilitar que sean usadas.

Incluso para quienes aprueban el envío de armas debería haber líneas rojas: el uso –y la relegitimación– de un arma especialmente cruel y que el derecho internacional humanitario prohíbe.

En este sentido, el silencio de los países europeos es francamente escandaloso. Especialmente porque según el artículo 21 de la Convención, de la que son firmantes, “cada Estado Parte (…) hará todos los esfuerzos posibles por desalentar a los Estados no Parte de la presente Convención de utilizar municiones en racimo”.





Un mundo sin refugio

3 07 2023

(Article publicat a La Vanguardia, 30/06/2023)

“Los refugiados se han visto privados de sus hogares, pero no deben verse privados de su futuro”. Alarmado por el incesante crecimiento del número de personas que huían de sus casas para proteger sus vidas, el entonces secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, pedía a la comunidad internacional compromiso y acción en el Día Mundial del Refugiado de 2010.

Ese año, la cifra de refugiados y desplazados ascendió hasta 43,7 millones de personas. Diez años más tarde, se había duplicado: 82,4 millones. ACNUR acaba de actualizar los datos en su último informe, correspondiente a finales de 2022. Y es una cifra aterradora: 108,4 millones.

Sí, llevamos tiempo pulverizando récords, año tras año, de quienes huyen de la violencia, la guerra y las violaciones de derechos humanos. Y la comunidad internacional sigue sin reaccionar, sin comprometerse, sin solidarizarse.

Fijémonos, con más detenimiento, de que estamos hablando. Si agrupáramos todos los refugiados y desplazados y los pusiéramos por orden en la lista de los casi 200 estados del mundo, “el país de los refugiados” sería el 14º más poblado del mundo.

Más allá de esa inmensa cifra y de esa grave tendencia, hay datos que pasan más desapercibidos y que, si se observaran, deberían generar una enorme preocupación. Casi la mitad de las personas desplazadas y refugiadas, corresponden a menores. ¿Somos conscientes de que estamos hipotecando gravemente el futuro de muchas niñas y niños? Menores que, en vez de compartir, educarse, aprender y disfrutar, sobreviven -los más afortunados- en campos de refugiados en una espera incierta y sin perspectiva, asumiendo y comprobando en su propia piel que al mundo le resulta indiferente su (no)futuro.

El último naufragio ante las costas griegas nos muestra, con mucha crudeza, el menosprecio por la vida humana que, pese a declaraciones y retórica, tenemos en Europa. Centenares de personas se ahogaron ante -como mínimo- la pasividad e indiferencia de la Guarda costera griega y de Frontex, la Agencia Europa de la Guardia de Fronteras y Costas. Y no constituye escándalo. Pero no es un caso aislado: según el recuento de Missing Migrant Projects, son más de 27.000 las personas migrantes que han desaparecido en el Mediterráneo desde 2014. Más de 56.000 en todo el mundo. Personas que desaparecen y mueren, simplemente, porque no las queremos aquí y entre nosotros. Pese a lo que dispone la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los protocolos que la implementan o la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados. Normas que son de obligado cumplimiento para los Estados.

Sin duda, constituye un macabro circuito: pese a la impresión que pueda dar la implicación de Europa en la guerra de Ucrania, lo cierto es que restamos impasibles ante conflictos sangrantes y lacerantes, cuando no los alimentamos directamente con nuestras armas y con nuestros pactos de connivencia con dictadores y criminales de guerra. Luego, cuando huyen de la violencia para sobrevivir, les cerramos las puertas. Finalmente, cuando naufragan en el Mediterráneo, nos negamos a rescatarles. Para cuadrar el círculo de perversión total de valores, en los últimos años, nos hemos permitido el lujo de perseguir a las organizaciones y activistas que intentan salvar esas vidas que se pierden en el mar. ¡Perseguir a quien salva vidas humanas! A eso hemos llegado. Nuestra indiferencia y nuestra falta de compromiso con las personas refugiadas y desplazadas constituye un severo indicador de nuestra falta de humanidad. Por las personas refugiadas y por nuestro propio interés, deberíamos reaccionar.